¡Hola, maja!
Esta semana estamos in our núcleo terrestre era, es decir, girando pero muy muy poquito. Vamos, que estamos tan vagas que le hemos pedido a otra persona que escriba por nosotras. Mientras, nos vamos a descansar, aunque siempre con miedo de que aparezca Mario Vaquerizo y nos diga “eso está hecho, nena, fetén, en cero coma”.
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Lo que Luis Carlos tiene que contarte:
Estoy muy nervioso. Lo confieso, lo anuncio. Escribo esto tras escuchar en repetidas ocasiones un audio de Las Majas donde se me dan instrucciones sobre cómo debe actuar una firma invitada de esta, nuestra newsletter de referencia. Mi tema no debe ser una disertación sobre “La historia nazi”. Mi tema debe ser “normal”. Las Majas no saben que ese fue el tema de mi TFG. Malditas sean, saqué un 9,5.
Bueno, me llamo Luis, Luis Carlos en realidad. Soy madrileño, castizo, de los de cuarta o quinta generación. Y si tengo este nombre así de ritmo cubano es porque mi madre quería llamarme Borja María y mi padre se negó. Doy gracias cada día de mi vida por esa decisión.
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Luis Carlos feliz por no llamarse Borja Mari.
Estoy aquí porque soy compañero de trabajo de Clara. La conozco desde hace más de cinco años y hace unos días nos dijeron que somos Gemeliers. Como buenos millennials compartimos muchos gustos: musicales, cinéfilos, literarios y también esa incesante capacidad de meternos en cien desaguisados. Estoy en un club de cine (compartido precisamente con Clara y también con Enrique), uno de lectura, intento jugar al pádel y al fútbol y a la vez mantener una salud mental, una buena relación con mi familia y muchas amistades. ¿Sale bien? No sé. A Lucía la conocí bailando, como el Dr. Bellido a las K-Narias, y desde entonces interactúo con ella por Instagram y la veo en algún festival. Son majas, un nombre tan bien puesto como el de estirando el chicle. Quien quiera entender, que entienda.
Te dejo aquí otra imagen mía, y con esto abro el tema, mi tema (cero cosas nazis).
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Foto de la foto de la foto de un álbum de fotos <3
Ese ser diminuto soy yo, y esa es Mari Cruz, la abuela materna, mi abuela. Siempre fui su nieto favorito. Todas las semanas venía a verme a casa y me traía un huevo kinder (gracias abuela por el azúcar necesario). Cuando crecí le dije que tenía que dejar de decir que yo era su nieto favorito, porque el resto se iban a enfadar. Pero ella, tan pequeña y con esos ojos tan saltones, siempre decía que lo que no iba a hacer era mentirles. Un día el Alzheimer entró en su cerebro y fue vaciando la casa de recuerdos, pero si alguien le preguntaba por su nieto favorito, ella seguía diciendo mi nombre. Eso me quedó de ella, su amor incondicional y los juguetes de esos huevos kinder que aún guardo.
Ella cuidaba y quería con ese amor tan insostenible que solo encuentro en el primer rayo de sol de verano, ese en el que te das cuenta de que sí, de que ya llegan los días largos y las noches jugando al parchís en la terraza del pueblo mientras el abuelo lee el AS en la esquina. Mi abuelo, Gregorio, al contrario que mi abuela, no era un hombre de su tiempo en lo físico (rubísimo y altísimo), pero sí en lo emocional. Lo que pasa es que, con los años, dejó de lado lo que le habían inculcado para atreverse a mostrar lo que sentía. A mi abuela le debo la pasión por mi familia y amigos, a mi abuelo los ojos, una mirada tranquila al mundo y el mayor de los rasgos que puede tener un verdadero gato: ser del Real Madrid ⚪🟣
Desde que mis dos abuelos maternos, los últimos que me quedaban, fallecieron, vivo obsesionado con la figura de los abuelos, con la memoria y con el paso del tiempo. Los vi morir, a ambos, y no pretendo con esto ponerme dramático. Los vi morir porque quise y porque para mí era necesario acompañarles en ese camino, como hacen Carl y Ellie en Up.
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Se nos ha metido una cosa en el ojo 😢
Y es que no hay nada ni nadie tan talentoso para contar lo que fueron, son y serán los abuelos que Pixar. Pasa en UP y también en Coco, quizá la película con la que más he llorado en mi vida (no es muy difícil), porque si existe un lugar común donde todos nos encontramos calentitos y felices es recordando a los que ya no están y pensado el tiempo que nos queda por vivir con los que sí. ¿Te acuerdas de Ruavieja? Lo clavaron. Nuestro cerebro está programado para pensar que siempre nos queda más tiempo, pero es en esa cabañita junto al árbol que hizo el abuelo, en esas croquetas de jamón de la abuela, donde nos damos cuenta que todo pasa. Y rápido. El tiempo con los abuelos también, ya lo cuenta AnaIris en su polémicamente maravilloso Feria o Gornick con sus apegos. Y lo único nos queda es la memoria de los nuestros, donde siempre vivirán hasta que nosotros nos vayamos y se vayan a nuestro lado. Al final, uno no se va hasta que no dejan de recordarle.
Los que queremos y siempre quisimos son lo que nos hacen ser lo que fuimos y poder recordar lo que somos. Por eso su memoria y el paso del tiempo me obsesionan más que nada. Ya lo dice Balmes:
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Cuatro mil días después de aquel año obcecado
Detecto que al fin te dignaste
A cumplir con la cita inaudible
Y me alegro y me enfado a la vez
Después de estudiar con cuidado este caso
Ejerciendo a la vez de fiscal y abogado
De juez imparcial
Sentencio lo nuestro
Diciendo que el fallo más grande
Pasó por guardar
Solamente los días más gratos
Y olvidar los demás
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*Y ahora vuelven Las Majas*
Que sepáis que Luis Carlos empezó un proyecto muy guay, Te escribo de memoria, dirigido a aquellas personas que han vivido de cerca el Alzheimer. Solo tienes que ponerte en contacto con él para que la historia de tu abuelo o tu abuela se quede para siempre contigo.
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Maja, miscelánea que le gusta hasta a tu abuela:
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buscando desesperadamente algo en el fondo de la totebag emocionalmente hablando
muñeca rusa - (@slivovka)
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Maja, en dos semanas nos volvemos a ver en tu bandeja de entrada (o de promociones, sácanos de ahí 🙏). Mientras tanto, como ha dicho esta semana Marie Kondo, a tomar por culo todo.
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